martes, 2 de diciembre de 2008

Tomás, Teresa, Sabina y Franz

Después de 8 quizás 10 años vuelvo a meterme en sus vidas. El encuentro pudo haber sido casual, repentino, espontáneo. Sin embargo, debo confesar que la búsqueda fue premeditada, el encuentro lo forzó la nostalgia.

Un equipo originalmente formado para hacer una tarea (inconclusa hasta la fecha), degeneró en un club de tácita membresía exclusiva, forjador de lazos eternos. Tímidamente, ese skull & bones región 4 osciló entre un incipiente círculo de lectura y dominantes sesiones de gamers.

Los elementos omnipresentes del club fueron en primerísimo lugar la cebada, la malta y el lúpulo, en su versión autóctona. La consecución del elixir inició con caminatas suicidas entre bólidos de acero, años mas tarde suplidas por el aburguesado 1-44-44-444.

Una mosca fosilizada, una comunidad de cucarachas que reclamaban reparto de tierras, pollos, patos, patas, marranitos, lechones, changos, toros, caballos, perros e incluso seres mitológicos extraídos de Star Wars. La amargura de José Ramón, 20 minutos para encender la televisión, milanesas a la Cajeme, la gota de ¿agua? en la cabeza, mundiales, olimpiadas, baseball, basketball, superbowls, pollo loco y del portón.

La paupérrima dosis de cultura la aportaba el ario más lacandón del que se tenga memoria. Sesiones interminables de dominó, donde extraños habitantes del departamento subyacente, en un lenguaje ininteligible alardeaban sobre la dimensión y humedad anatómica.

El ave de granja, una pared con Dios. El ácido, el pan y la sal. Demasiado tribunero.

La lectura comprendía en su mayor parte el Norte, preferentemente con cuatro días de atraso. El Diego y los cebollitas, El olor de la guayaba, y Kundera. Infiero que Tomás empujó al mecenas del grupo a devorarse a Nietzsche, mientras se negaba rotundamente a congeniar con Timoshenko. Dicho mecenas - epicentro y engrudo del club - fue diagnosticado con gigantismo encefálico (el se ufana que por partida doble)


Al reencontrarme con Tomás, Teresa, Sabina y Franz, sentí que la gota de agua volvía a golpear mi coronilla.

"En Comala comprendí que al lugar donde has sido feliz no debieras tratar de volver" J.S.

Sabina, siempre Sabina